viernes, 26 de febrero de 2010

La bestia rubia

En la historia del Nazismo alemán y en los anales de la ultraderecha contemporánea en sus versiones tergiversadas de la Historia, posiblemente fuera de Hitler no ha habido otro Nazi tan llorado, tan ensalzado y tan glorificado como el calculador y frío multiasesino serial Reinhard Heydrich, el carnicero de Praga, epítome de la insana maquinaria criminal perfeccionada para implantar a sangre y fuego alrededor del mundo el terrible Imperio que debería durar mil años:





Su labor principal consistió en mantener el orden entre la población de los países ocupados, tarea que llevó a cabo con tal implacabilidad que en 1941 fue nombrado “protector del Reich” en Bohemia y Moravia. Ejecutó a trescientos ciudadanos checos en cinco semanas, y cometió acciones similares en Noruega, Holanda y Francia, por lo que se ganó el apodo de “el carnicero”. Ciertamente, era todo lo contrario del proverbial hombre con “corazón de oro” que se distingue por ser compasivo, paciente, humanitario y comprensivo. El mismo Hitler lo llamó “el hombre del corazón de hierro”, pero más como un elogio a su demencial frialdad y desprecio a la vida humana que como una alusión a la indiferencia de este sanguinario carnicero hacia la dignidad de los vencidos. Aunque Reinhard Heydrich era muy calculador y desconfiado, además de eficiente y carente de escrúpulos al cual nada parecía escapársele de las manos (para muchos era el Nazi perfecto), la emboscada en la que murió llevada a cabo bajo el nombre código Operación Antropoide fue posible porque Heydrich se trasladaba de un lugar a otro sin una escolta mínima de protección creyendo que nadie tendría las agallas para intentar algo en su contra, lo cual es confirmado por las siguientes fotografías históricas del lugar de los hechos:







Es tiempo ahora de hacer una aclaración de algo que tiene que ser aclarado. La propaganda basura de la extrema derecha afirma que Reinhard Heydrich fue asesinado por unos “paracadistas judíos”. En la enorme compilación de mentiras titulada “Derrota Mundial” urdida bajo la pluma del falaz revisionista Salvador Borrego, aparece la siguiente afirmación en la Segunda Parte del capítulo VIII bajo el rubro “700 KM DE AVANCE HASTA KALATSCH”:

Reynhard Heydrich (de los servicios de seguridad del Reich) le pisaba ya los talones a Canaris. Había reunido datos suficientes para desenmascararlo ante Hitler (¿cuáles datos?, ¿en dónde están?, ¿cómo supo ésto Salvador Borrego?), pero precisamente en esos días Heydrich fue asesinado cerca de Lídice, Bohemia, por paracaidistas que arrojaron los ingleses. Al parecer el jefe (¿?) de esos paracaidistas era el judío Peretz Golstein o alguno de sus compañeros.

En los hechos, los ejecutores de Heydrich fueron Jan Kubiš:





y Jozef Gabcík:





a quienes podemos ver juntos en la siguiente fotografía:





y que de judíos no tenían absolutamente nada (Kubis era un soldado del ejército de Checoslovaquia y Gabcík era un paramilitar eslovaco de rango rotsmistr que equivale aproximadamente al rango de sargento), los cuales después de haber sido traicionados por Karel Curda (un miembro de su grupo de ataque) fueron descubiertos el 18 de junio de 1942 en la iglesia de San Cirilo y San Metodio en Praga, donde fueron muertos tras dos horas de una dura balacera sostenida en contra de una compañía de las SS. En premio por su traición, los Nazis le dieron a Karel Curda un millón de marcos alemanes, una nueva identidad bajo el nombre “Karl Jerhot”, y una esposa alemana. Sin embargo, quiso el destino que tras la derrota de la Alemania Nazi el traidor fuera descubierto, llevado a juicio (algo que los Nazis nunca hicieron con sus millares de víctimas para las cuales no había sistema de justicia alguno) y colgado por traición en la prisión de Pankrác, la misma prisión en la que los dementes oficiales Nazis encontraron afición y gusto por guillotinar entre el 5 de abril de 1943 y el 26 de abril de 1954 a 1,079 detenidos que por alguna razón de índole burocrática no fueron enviados a los hornos crematorios de los campos de concentración.

Si los dos soldados checoeslovacos que pusieron punto final a los días del cancerbero de Hitler, esa demencial bestia rubia llamada en vida Reinhard Heydrich, hubieran sido realmente judíos, el día de hoy se les estaría honrando como héroes en toda la literatura judía y se les estaría ensalzando de muchas maneras con mausoleos y monumentos erigidos en sus memorias. Sin embargo, no aparecen mencionados como judíos en ninguno de los textos de historia judíos utilizados ya sea en el Estado de Israel o en cualquiera de las comunidades judías alrededor del mundo, porque simple y sencillamente nunca fueron judíos. Más recientemente, los restos de ambos fueron puestos a reposar en el cementerio de Dablice en Praga, el cual no es ningún cementerio judío, ni aparece inscripción judía alguna sobre sus epitafios, como tampoco el Estado de Israel ha hecho reclamo alguno para que se le entreguen los restos con el fin de darles entierro en Israel. Se les hizo judíos sin serlo, con el solo fin de satisfacer los intereses torcidos propios de la literatura chatarra promovida por la extrema derecha. Los hicieron judíos igual que como hicieron judío al piloto norteamericano Coronel Paul Tibbets que comandó el bombardero norteamericano Enola Gay que lanzó la primera bomba atómica sobre Japón (véase la sección de comentarios de la bitácora titulada La Extrema Derecha Mexicana) con la intención descarnada de echarle la culpa a los judíos de ejecutar personalmente una misión que califican de genocida, pero una misión de guerra que a fin de cuentas aceleró la rendición de Japón y acortó la duración de la guerra contribuyendo a la larga a salvar vidas en ambos bandos.

Y en cuanto a Perez Goldstein (su nombre correcto, algo que el revisionista Salvador Borrego jamás se tomó el tiempo para verificar), sí fue un paracaidista judío durante la Segunda Guerra Mundial, pero no tuvo absolutamente nada que ver con la emboscada tendida a Heydrich, ni era un oficial de alto o mediano rango dentro de los cuerpos de paracaidistas de las Fuerzas Aliadas. Llegó primero a Yugoeslavia, y antes de que pudiera hacer nada fue capturado por los Nazis húngaros en Budapest, aparentemente fue enviado al campo de concentración de Oranienburgo, torturado y muy seguramente ejecutado en circunstancias sumamente desagradables (no se ha aclarado aún en forma satisfactoria si terminó sus días en el campo de concentración Mauthausen.

No es posible ubicar a paracaidista judío alguno cerca del lugar de los hechos en Checoeslovaquia en donde fue muerta la bestia rubia. De hecho la intervención de voluntarios judíos enlistados por los ingleses como paracaidístas se reduce a un grupo pequeño de 32 judíos palestinos que forman parte de una historia trágica documentada en el libro Into the Inferno: The Memoir of a Jewish Paratrooper Behind Nazi Lines de Yoel Palgi. Este grupo inició su misión en la primavera de 1944 en Yugoslavia trasladándose posteriormente a Budapest cuando intentaron unirse a la resistencia judía tratando de obstaculizar las deportaciones de civiles a los campos de exterminio nazis. En Budapest fueron traicionados por sus guías que resultaron ser dobles agentes al servicio de los fascistas húngaros, con lo cual terminaron siendo capturados por los Nazis y en su mayoría ejecutados después de horribles y dolorosos tormentos a manos de la Gestapo. Yoel Palgi fue uno que logró escapar de uno de los trenes de deportación y que sobrevivió para contar su historia al resto del mundo. Ahora bien, esta misión se llevó a cabo en la primavera de 1944. ¡Pero la ejecución de Heydrich ocurrió dos años antes, ocurriendo la emboscada el 27 de mayo de 1942! Simple y sencillamente no hay forma en la que paracaidista judío alguno pudiera haber estado en ese lugar en ese entonces al acecho de Reinhard Heydrich. Pero esto no detuvo a Salvador Borrego de distorsionar la Historia a su pleno gusto, creyendo que sus notorias falsedades no serían expuestas a la luz del día como están siendo expuestas hoy. Y su propaganda revisionista está plagada con millares de mentiras y falsedades adicionales, literalmente hablando (parte de las cuales empezó a ser desmenuzada por el grupo investigador autodenominado Alianza Estudiantil Prometeo de la Universidad Iberoamericana). Lo cual no quita ni impide que otros pseudo-historiadores revisionistas como el endurecido fascista de Barcelona llamado Joaquín Bochaca continúen citando constantemente a Salvador Borrego como una de sus “respetables y doctas” fuentes de información.

Aunque la ejecución de Heydrich fue cosa únicamente de dos, siendo posible porque no viajaba con una escolta mínima que podría haber detenido en el lugar de los hechos a sus ejecutores, la represalia de Hitler fue increíblemente brutal, rayana en la locura, el cual descargó su venganza y su ira en contra de 13 mil checoeslovacos que no tuvieron absolutamente nada que ver con la ejecución de Heydrich. El 10 de junio de 1942, todos los hombres mayores de 16 años edad en la ciudad de Lídice, incluyendo ancianos, fueron asesinados a sangre fría sin derecho a ningún tipo de juicio previo, y el poblado entero fue totalmente destruído bajo órdenes directas de Hitler, y como de cualquier modo esta carnicería no fue suficiente para las hordas Nazis, la barbarie se extendió al resto de los habitantes del poblado:







En total, 340 habitantes del pueblo fueron asesinados, 192 hombres, 60 mujeres y 88 niños, tras lo cual los Nazis llevaron el salvajismo de su barbarie al poblado de Ležáky, repitiendo su “gloriosa lucha” en contra de una población indefensa que no contaba armas con qué defenderse ante un invasor que en violación abierta a lo que había acordado la militarista Alemania en el Tratado de Versalles se había armado hasta los dientes para llevar a cabo la invasión y la conquista de Europa. Sobre las horripilantes masacres de Lídice y Ležáky, el envilecido Salvador Borrego no puso en su libro absolutamente nada que valga la pena mencionar, como tampoco puso nada sobre la culpabilidad directa que recae sobre los hombros del enloquecido tirano de Alemania por las masacres llevadas a cabo bajo órdenes suyas. ¿Y cómo habría de hacer tal cosa Salvador Borrego, si en todo su libro se la pasa glorificando a Hitler, calificando a la derrota de Hitler como una “derrota mundial” (el título de su libro) por no haber triunfado el Nazismo en Europa?

Por si acaso alguien duda que los Nazis no tenían la locura criminal como para sacrificar inclusive a los niños, a continuación se dará la lista de los niños de Lídice que hoy son homenajeados como víctimas mártires que sucumbieron a manos de la peor ralea de gente que haya vivido en Europa, la misma gente a la cual alaba literatura basura como la escrita por Salvador Borrego, Joaquín Bochaca y Traian Romanescu:
Josef Brehjca

Josef Bulina

Anna Bulinova
Jaroslava Bulinova
Jiri Cermak

Miloslava Cermakova

Bozena Crmakovya

Jiri Fruhaug
Karel Hejma
Frantiasek Hejma
Jaroslava Hermanova
Marie Hockova
Vara Honzikova
Marie Hockova
Bozena Honzikova
Zdenek Hronik
Bozena Hronikova
Marta Hronikova
Zdenka Hronikova
Vaclav Jadlicka
Karel Kacl
Vara Kafkova
Anna Kaimlova
Jaroslav Kobera
Vaclav Kobera
Milada Koberova
Zdenka Koberova
Hana Kovarovska

Ludmila Kovarovska
Antonin Kozel
Venceslava Krasova
Rudolf Kubela
Frantisek Kulhavy
Jaroslav Kulhavy

Miloslav Liscka
Milada Mikova
Jitka Moravcova
Vaclav Moravec
Karel Mulak
Marie Mulakova
Zdenek Muller
Antonin Nerad
Alena Nova
Milada Novotna
Antonin Pek
Emilie Pelichovska
Vaclav Pelichovska
Josef Pesek
Anna Peskova
Jirina Peskova
Miloslav Petrak
Zdenek Petrak
Jirina Petrakova
Zdenek Petrik
Marie Pitinova
Stepan Podzemaky

Vera Pruchova
Josef Prihodova
Anna Prihodova
Jaroslava Prihodovha

Venceslava Puchmeltrova
Miloslav Radosta
Vaclav Rames
Jaroslava Ramesova
Bozena Rohlova
Jirina Ruzenecka
Jiri Seje
Jirina Souckova
Marie Souckova
Miloslav Souckova
Jarmila Strakova
Ludmila Strakova
Josef Suchy
Wiroslava Syslova
Josef Sroubek
Marie Sroubkova
Jaroslava Storkova
Antonin Urban
Vera Urbanova
Josef Vandrdle
Dagmar Vesela
Karel Vlcek
Jaromir Zelenka
Ivan Zid

Hay un memorial para recordar a estas inocentes víctimas del Nazismo infernal. Es el siguiente:





Las terribles atrocidades cometidas por las hordas Nazis en contra de poblaciones civiles indefensas en represalia por la muerte de un solo oficial Nazi empezaron a llevarse a cabo a partir de junio de 1942, seguidas por muchas otras muertes de civiles de toda Europa a manos de los Nazis sin contar con los cientos de millares que estaban siendo enviados a los campos de exterminio por órdenes directas de ese furioso demonio encarnado llamado Hitler. Tres años después, colmada la paciencia, y ante la negativa del tirano de Alemania de capitular y aceptar la rendición incondicional que los aliados le pedían para poner fin a la guerra, las Fuerzas Aliadas iniciaron un bombardeo sobre la ciudad de Dresde entre el 13 y el 15 de febrero de 1945, un bombardeo que pese a que la literatura ultraderechista mundial le ha atribuído cientos de miles de muertos en realidad ésta parece haber sido una cifra exageradamente inflada desde el principio por los mismos revisionistas con fines propagandísticos, llegando la cifra real a unos 20 mil fallecidos (consúltese para esto el artículo de Sven Felix Kellerhoff publicado el 1 de octubre del 2008 en el diario Die Welt titulado “Bombardement 1945: Zahl der Dresden - Toten viel niedriger als vermutet”, disponible en Internet). La cultura neo-fascista ha lamentado amargamente cada vez que puede el bombardeo aliado en contra de Dresde; cada año ha habido marchas neonazis en Dresde para lamentar el bombardeo aliado en Dresde, pero nunca han mostrado alguna pena o lástima por los civiles indefensos que fueron masacrados sólo para satisfacer los insaciables apetitos de venganza de Hitler por la muerte de su cancerbero predilecto, alegando simple y sencillamente que se trata de “mentiras judías”, siendo esto último algo que se puede desmentir con sólo comprar un boleto de avión para trasladarse a la República Checa y a Eslovaquia para conversar con los habitantes de dichos países acerca de las atrocidades cometidas por los verdugos de Hitler. De cualquier modo, seguramente para los apologistas del Hitlerismo las vidas de todos aquellos inocentes que fueron muertos por órdenes de Hitler incluyendo mujeres y niños valían menos que la vida de una colonia de hormigas justificándose así los crímenes cometidos en nombre de una furia demencial que las bestias de hoy alaban y glorifican. Para los distorsionadores oficiales de la Historia, los que se han identificado a sí mismos como voceros ideológicos de la derecha neo-fascista con todo lo que han escrito, vale mucho más la vida de un carnicero, si es un Nazi o un fascista de nuevo cuño, que las vidas de cien o mil civiles si no son Nazis, aunque no sean judíos, masones, comunistas, homosexuales, negros, chinos, o lo que sea.

El revisionista Salvador Borrego desearía que cada joven en México fuese como Reinhard Heydrich. Por eso dedicó tanto tiempo de su vida a glorificar a tipos como Hitler y Heydrich. El revisionista Joaquín Bochaca también desearía que cada joven en España fuese como Reinhard Heydrich. Por eso ha dedicado tanto tiempo de su vida a glorificar a tipos como Himmler y Heydrich tapándoles sus porquerías. Y Robert Faurisson desearía que cada joven en Francia fuese como Reinhard Heydrich. Por eso ha dedicado tanto tiempo de su vida a glorificar a bestias carniceras como Klaus Barbie y Heydrich. Y el revisionista David Irving desearía que cada joven inglés fuese como Reinhard Heydrich. Por eso ha dedicado tanto tiempo de su vida a tratar de lavarle el cochino trasero a los que bajo el influjo satánico de la cruz gamada descendieron hacia niveles de infrahumanidad casi imposibles de creer en nuestros tiempos. Todos estos tipos están cortados con la misma tijera y representan el mismo anhelo de ver al mundo regresar a la barbarie que tuvo que ser superada dolorosamente a gran costo hace más de medio siglo.

El estudio de Reinhard Heydrich es importante porque se trata del modelo a seguir y a ser imitado por todos aquellos que están siendo reclutados entre las filas paramilitares de la extrema derecha. Después de Hitler, posiblemente la bestia rubia sea el “héroe” más admirado, glorificado y ensalzado tanto por los indoctrinadores de los nuevos fanáticos como por aquellos a quienes les están lavando el cerebro, y se espera de ellos que adopten todo lo que hizo Reinhard Heydrich en vida como el ejemplo a ser imitado: su frialdad, su brutalidad, su inteligencia despiadada y calculadora, su “corazón de hierrro”, su desprecio total hacia la dignidad de otros a quienes considera sus enemigos u obstáculos, en fin, todo lo que fue Reinhard Heydrich en vida. Los líderes esperan que los extremistas que están siendo formados bajo este concepto aspiren cada uno de ellos a ser un Reinhard Heydrich en pequeño, copiándole todo lo que puedan al carnicero supremo. Esos son sus valores, esos son sus ideales, los mismos que los que tendría cualquier joven antes ordinario que ha sido pasado al lado obscuro de la Fuerza, un paso que una vez dado es irreversible.

La siguiente fotografía nos muestra el lugar en el que fue enterrado Reynhard Heydrich (se le iba a construír un enorme mausoleo digno de su fé fanática en el Nazismo, pero esto no fue posible en virtud de que la derrota militar de la Alemania Nazi estaba ya cercana):





La ausencia de la cruz de Cristo es bastante notoria en la tumba de Heydrich. La única cruz que podemos ver sobre su tumba es la cruz gamada del Nazismo, esa ideología fanática que terminó negando la espiritualidad del cristianismo original para terminar reemplazando inclusive a la imagen del Supremo Creador con la imagen del nuevo “dios” de los “arios”, ese “super-hombre” líder de “super-hombres” de esa “super-raza” de nuevos hombres que terminó sumiendo a la humanidad entera en una de sus peores pesadillas. El mismo Reinhard Heydrich, el “Nazi perfecto”, seguramente habría aprobado que su tumba haya sido decorada de tal manera, con la svástica del Nazismo dándole consuelo a su memoria, que al fin y al cabo tipos como la bestia rubia y como aquellos que hoy lo glorifican e idolatran no tienen necesidad alguna de un Dios en el que, a fin de cuentas, nunca han creído.